La foto del padre de Andreu Buenafuente y la locura de los algoritmos
¿Siguen entrando a Facebook? Yo sí. Aunque, a veces, piense que estoy ahí, sólo con mis recuerdos que son rescatados por un algoritmo ansioso en celebrar el aniversario de fotos de otros tiempos, tan próximos y, a la vez, tan lejanos. Tiempos felices. Tiempos más ingenuos, menos reticentes.La historia se repite en la rutina de cada día. Abro Facebook y asoma una imagen con la excusa de «hace diez años…», «hace seis años…», «hace ocho años». La miro de reojo. La pienso. Y a otra cosa. Hasta ayer. Cuando encontré una notificación diferente: «Tiene una publicación sin ver». Corrí a pinchar, entusiasmado de encontrarme con una novedad.Entonces, apareció una imagen compartida por Andreu Buenafuente y celebrada por 340 ‘me gustas’. Su pie de foto sólo decía «mi padre». Pero algo extraño había en tal posteo. Ojeé la fecha. De novedad, nada. 27 de junio de 2014. Como si el tiempo se hubiera quedado parado allí. Como si Facebook ya sólo me enviara mensajes desde el pasado.Bajé el scroll, o como se llame. Y me puse a leer los comentarios de la imagen compartida con los seguidores. 9 años tarde. pero los leí. «Eres clavado». «Te pareces». «Parece más serio que tú». 31 comentarios. Todos, menos siete comentarios, estaban firmados por el propio Buenafuente. Como si Buenafuente estuviera sólo hablando consigo mismo. Como si Buenafuente se dijera a sí mismo sobre su padre: «muy guapo… como tú».Qué distopía. Está claro, Facebook se había trastocado. Aunque, al mismo tiempo, estaba representando hacia donde nos arrastra la inteligencia artificial que organiza las redes sociales. Creemos sentirnos escuchados pero, en el fondo, sólo nos estamos escuchando a nosotros mismos.La notificación del posteo de Buenafuente sobresaltó desvirtuada y deformada nueve años después. Simplemente había una verdad sin tergiversar: la sensibilidad de una fotografía analógica de un padre compartida por un hijo. La imagen real de aquel recuerdo seguía y seguirá vigente. Los likes y los comentarios, en cambio, se extraviaron a golpe del vacío de los algoritmos, raudos en cribar datos. Pero lo hacen fatal, pues andan faltos de la intuición emocional que surge en el aprendizaje del piel con piel, empatía a empatía, de las humanas relaciones humanas. Valga la redundancia.