ÁLVARO MACÍAS
- El director recibe el León de Oro a su carrera mientras alaba el ‘streaming’, diciendo que es «el futuro».
Pocos cineastas tienen la capacidad de transformación tan evolucionada como David Cronenberg, ese canadiense alto, de azules ojos claros, que se encuentra en el Festival de Venecia para recibir este jueves el León de Oro Honorífico a toda una carrera dedicada a eso, a cambiar.
Nacido en Toronto hace 75 años, Cronenberg no ha dejado de jugar en el séptimo arte desde que abriera y abanderara la nueva carne, ese cine en el que lo psicológico y lo físico, la entraña y el pensamiento, lo orgánico y la máquina se unen, contrarrestan y son base en el arco dramático de los personajes.
Películas como La mosca, ExistenZ, Scanners o Videodrome, hechas entre las décadas de los 80 y los 90, ahora son cintas de culto. Y sin embargo, en su momento provocaron huidas de las salas, improperios varios y demás cosas del mundillo que él goza como el que más.
Porque disfruta sacrificando las señas de identidad del cine. O diciendo no a lo que el resto de la industria daría un sí gigantesco: dijo no a George Lucas para dirigir el Episodio VI de Star Wars, así como se largó de la silla de director de Desafío total tras un año de trabajo y se la sirvió en bandeja a Paul Verhoeven. Y, aunque quizá haga una serie con Netflix, dio largas a True Detective. Las ideas claras.
Contra Tarantino y Nolan: el ‘streaming’ es el futuro
En un panel en la Mostra en el que se debatía el futuro del séptimo arte, Cronenberg no dudó en mostrar públicamente su apoyo a Netflix con afirmaciones como: «Creo que Lawrence de Arabia se vería genial en un Apple Watch».
No se quedó del todo satisfecho y siguió a lo suyo con un fabuloso «el streaming es el futuro del cine. Acceso en cualquier momento y lugar. Es lo que la gente necesita» que dejó a los asistentes, entre ellos su compañero en el escenario Spike Lee, ojipláticos.
No tiene miedo de decir lo que piensa porque nunca ha tenido miedo de cambiar su pensamiento. Este miércoles no tuvo reparos, cuando le hablaron de su película Crash, tan sugerente y provocativa en 1996, en decir que no era «la que ganó el Oscar [en referencia a la Mejor Película de 2006, de Paul Haggis], sino la buena».
Aquel día su primera película «accesible» al público mayoritario estaba nominada a dos premios. Se fue de vacío. Pero Una historia de violencia, con Viggo Mortensen, supuso una transformación.
Su cine viró hacia el thriller, el estudio de las emociones, el control que ejercemos en la mente o viceversa: Promesas del este, Maps to the Stars, Cosmópolis. Y aún así, casi le ha dicho adiós al celuloide ahora que recibe los honores venecianos. Se dedica a escribir novelas. Menudo blasfemo.