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Crítica de ‘Yuli’: Carlos Acosta baila al son de Icíar Bollaín

ANDREA G. BERMEJO (CINEMANÍA)

Iciar Bollaín dirige la película 'Yuli'.

Cuentan que Carlos Acosta tuvo que detener a sus bailarines cuando llegó el momento de interpretar las palizas que su padre le daba de niño. El coreógrafo, primer Romeo negro del Royal Albert Hall de Londres, se puso a llorar al ver su infancia en su propia lengua, la danza, dentro de la filmación de la película de Icíar Bollaín. Quizás por eso mismo, la directora de Te doy mis ojos prefiere no subrayar la violencia paterna en su biopic sobre Acosta, libremente inspirado en la biografía que él mismo escribió, No Way Home.

«Nuestro gran reto ha sido contar algunas emociones de la vida de Carlos Acosta a través del baile», explica Icíar Bollaín sobre Yuli, un guion que le encargaron a su pareja y colaborador habitual Paul Laverty, coguionista también de Ken Loach. El filme, en el que ella sonó enseguida como directora, efectivamente mezcla el pasado del cubano con piezas de danza moderna en las que la directora demuestra su destreza filmando sobre las tablas.

«He tenido que encontrar un lenguaje propio, un punto intermedio en el escenario en el que se aprecie el movimiento, pero también la expresión de los bailarines», explica Bollaín. En todo momento fue muy consciente de que no podía permitirse perder al espectador con secuencias de danza abstracta. Para ello, contó con la colaboración de la coreógrafa María Rovira, implicada en el proyecto desde los inicios, al igual que el compositor de la banda sonora Alberto Iglesias.

El cubano Carlos Acosta baila en el presente con su compañía, mientras que Edison Manuel Olvera y Keyvin Martínez lo interpretan de niño y de joven. Yuli explora en profundidad la contradicción con la que el protagonista convive desde niño. Su padre, un camionero descendiente de esclavos, quiere buscarle un futuro y eso, en Cuba, pasa por irse fuera. El niño encuentra una pasión, la danza, pero pierde una vida, la que podría haber tenido allí, cerca de los suyos.

Bollaín elige contar esa contradicción, como ya hizo en También la lluvia, introduciendo el arte en la ficción. Por un lado, recrea con ternura y color la vida de Yuli, desde que baila breakdance con los amigos hasta que vuelve a Cuba para fundar su propio ballet. Por otro, filma a esta compañía bailándola. Y, si bien estas secuencias demuestran el buen oficio de la cineasta madrileña sobre el escenario, la emoción que consigue con las primeras es tal que uno desearía que el baile se interpusiese menos en ella.

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