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Eva Soriano y el daño de la falacia que hemos interiorizado sobre el ‘mundo digital’

Grupo M | 19 octubre, 2022

«Si por la calle no me dirías ‘oye, Eva, vaya bufas te han salido’, no me lo pongas por redes sociales«. Con su particular humor, Eva Soriano se desahoga sobre los señores desbocados en Internet. Lo hace en la complicidad de su programa ‘Cuerpos Especiales‘, que presenta en las mañanas de Europa FM.

«Ya hemos llegado a un punto en el que se legitima cualquier cosa, en el que bajo el anonimato de las redes se puede poner cualquier burrada. Porque lo de las tetas sólo es la punta del iceberg. Porque, debajo, hay una cantidad de fotos de miembros que a mí no me interesan ver. En qué momento tú crees que mandándome una foto de tu pilila, yo voy a decir ‘sí, nos casamos’«, remata irónica Soriano poniendo en la palestra la consecuencia de una causa que no se termina de enfocar lo suficiente.

Se recalca tanto que el mundo virtual no es el real que existe una peligrosa desconexión moral que, a menudo, propicia que las burradas se abran camino en la red sin remordimientos de conciencia. «Total, no es la realidad…» Y, así, los usuarios realizan prácticas que jamás ejercerían de tú a tú en un ascensor.

La pantalla les protege, la empatía que surge de mirarse a los ojos no existe y no pasa nada por lanzarse al improperio, a la sordidez e incluso al acoso. Da igual, hemos ido interiorizando que la digitalidad es una realidad menor. Una nube donde se puede arrasar con todo porque nos han insinuado que no es el mundo de verdad.

Pero ha llegado la hora de cambiar el chip. Huyamos de metaversos, la vida real es todo, también las plataformas y aplicaciones digitales. De hecho, estas plataformas simplemente representan una fantástica manera de progreso de las ventanas por las que nos comunicamos las personas de carne y hueso. L

Es un clásico que los avances tecnológicos crean cierta incredulidad, hasta a menudo se tratan con desdén por los inmovilistas. Pero nunca hubo que distinguir entre digital y real. Es equívoco, pues cada acto, digital, analógico o físico, forma parte de la misma experiencia vital. La conversación de las redes sociales es fruto de nuestras motivaciones, nuestras contradicciones, nuestra convivencia.

Toca dejar atrás el tóxico mantra de que lo que sucede en las redes es como un especie de videojuego en el que cuando se desconecta la pantalla las emociones también se quedan en pause. Los sentimientos no se apagan así como así, aunque estén resguardados tras un smarthphone. Cuando aprendamos eso, que lo estamos haciendo ahora, las redes sociales serán puntos de encuentro más constructivos. En ellas, como ha sucedido en los vecindarios de toda la vida, algunos intentarán aparentar, pero inevitablemente todos debemos convivir. Con errores, con locuras, con educación, con sensibilidad. Quien la tenga, en la vida.


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El arte manchado, la sociedad distraída

Grupo M | 15 octubre, 2022

Las dos chicas que han pringado con sopa de tomate Los girasoles de Vincent Van Gogh quizá ahora mismo estén pensando que han triunfado. Como esperaban, su hazaña ha corrido por las redes sociales hasta llenar páginas y páginas de los medios de comunicación más prestigiosos del mundo, que publican el vídeo sin titubear. La imagen es poderosa, impacta e indigna.

“¿Qué vale más, el arte o la vida? ¿Estás más preocupado por la protección de una pintura o la protección de nuestro planeta y las personas?”, gritaban las dos lanzadoras de tomate después de su gesta sobre una obra resguardada por un cristal que no es mágico y no siempre asegura la inexistencia de daños fruto de performances espontáneos.

En realidad, este acto representa la sociedad que confunde ‘meme’ con activismo. El activismo real intenta la pedagogía del entendimiento, la provocación creativa o la protesta ruidosa que deja pensando. Lanzar el contenido de latas de tomate en un museo solo es vandalismo que causa rechazo social y, encima, en este caso, da alas a los negacionistas del ecologismo y el cambio climático. Ya tienen un estereotipo de ‘activista’ para desprestigiar a las personas implicadas con el progreso.

¿Qué será lo siguiente? Para llamar la atención, habrá que ir subiendo la apuesta visual. Grabar una locura es más fácil que nunca. Todos tenemos una cámara lista para disparar en el móvil que llevamos en el bolsillo o, directamente, en la mano. Todos somos un centro emisor. En nuestras redes sociales, podemos subir el instante y celebrar la grabación, pues hasta cosecharemos ‘muchos likes’ si captamos bien un momento estelar.

Lo importante es que te miren, más que convencer sobre nada. Aunque haya que buscar una coartada para justificarse. Los Girasoles entomatados, como hace unos meses una tarta estampada en el sarcófago de cristal que preserva a La Gioconda, pueden generar un efecto contagio de maltrato visual sobre el patrimonio artístico. Que alguien piense que puede cambiar el planeta atacando la cultura delata lo perdidos que estamos. Gastamos demasiado tiempo, atención y energía despistados en sainetes donde nunca está el problema.



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La crisis de Instagram: el fin de las fotos, el éxito del ridículo

Grupo M | 21 septiembre, 2022

Instagram empieza a parecerse poco a Instagram. Y eso puede ser un problema. Lejos quedan aquellos primeros años de una red social que servía para compartir nuestras fotos como si fuera un álbum digital. Con un puñado de filtros, eso sí. De esta forma, las imágenes tenían un punto más cool. Incluso había «marcos» con los que rematar el encuadre de la instantánea con un toque a medio camino entre lo vintage y lo hortera. Eran unos comienzos ingenuos, en los que fotografiábamos cualquier cosa y daba igual tener tres likes.

Instagram se convertía en una especie de punto de encuentro. Era muy fácil ver las fotos de tus amigos y comentarlas, pues salían en orden de publicación. Sin algoritmos que esconden aquello que no tenga rápido aluvión de likes.

Todo empezó a mutar con la llegada de las celebrities y los influencers. Lo que provocó que cualquiera aspirara a hacerse «famoso» en Instagram, imitando las fotos de sus ídolos, buscando sumar el mayor número de seguidores posibles y, por consiguiente, la mayor cantidad de ‘me gustas’ como medida de aceptación social o hasta como forma de ganar dinero si las marcas te pagan por posar con sus productos.

El propio usuario fue adaptando su vida a planes fotografiables para enseñar en su perfil y, así, proyectar una vida de felicidad. Artificiosa felicidad. Ahora, hasta las vacaciones se planean en busca del destino más ‘instagrameable’, donde puedas posar de manera más espectacular y conseguir los retoques de luz y color más arrebatadores. Dando sólo la información que te conviene, claro. Si te has acoplado en el yate de un amigo de un amigo, ese dato no hay ni que mentarlo: posa en el yate como si fuera tuyo o al menos para que tus seguidores especulen sobre ello. Si estás alojado en el albergue feo, cochambroso y barato que encontraste a muchos kilómetros del centro, eso jamás se muestra ni de pasada en stories. Es la clave del éxito de Instagram: permite encuadrar y contar sólo aquello que te interesa para construir el relato que quieres. Lo que hay fuera de plano no importa, no aporta si no es cool. Pero, cuidado, esta necesidad de intentar estar a la altura de una desvirtuada expectativa social puede generar frustración. Mucha.

La situación se complica con el crecimiento de TikTok, como nuevo buscador de entretenimiento frenético entre las nuevas generaciones. Los responsables de Instagram sienten que se están quedando atrás y que ya no sólo basta con fotos de un viaje y un puñado de stories que caducan en 24 horas. Quieren que su red, como TikTok, se nutra de vídeos de sus usuarios. Giro de guion: el algoritmo de Instagram ya casi no enseña fotografías, menos aún si no son posados de cuerpos con el relumbrón suficiente para seducir centenares de likes en pocos segundos, y promociona las grabaciones que llaman ‘rells’. Bobina, en inglés.

Instagram quiere poner a sus usuarios a trabajar. Que se sientan modelos, que bailen, que se graben todo el rato chispeantes hasta lograr el vídeo con más corazones. A más grotesco, más visibilidad. Venga, hay que perder el miedo al ridículo. Entre tanto, mientras quiere imitar el boom adolescente de los vídeos tiktokeros, Mark Zuckerberg -dueño del emporio- no se está percatando de que está expulsando a su público potencial, complementario, diferenciado y hasta más masivo que el de TikTok. Se está torpedeando la personalidad original de Instagram, aquello que hacía única a esta red social para transformarla en una imitación. Un lugar en el que una gran parte de la población sólo quería compartir sus imágenes y disfrutar las de sus amigos. No había otra aplicación que fuera un álbum de fotos tan sencillo, instantáneo y participativo. Ahora los usuarios se pierden las publicaciones de sus amigos y encima sienten que sus amigos no ven sus propias imágenes. A no ser que dediquen medio día a grabarse un vídeo haciendo el idiota.

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