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Ciudades a la caza del selfie: las nuevas postales de recuerdo

Grupo M | 8 agosto, 2022

Nos hemos convertido en un gran emplazamiento publicitario. La gente está ávida de fotografiarse y cada imagen que comparte en sus perfiles sociales se convierte en un buen escaparate que las marcas quieren aprovechar, pues es gratis y cuenta con un superpoder: no parece publicidad y el mensaje a comunicar se expande sigiloso a golpe de ‘like’.

Los anuncios evolucionan y grandes compañías instalan performances callejeros para impactar en la atención del paseante y, sobre todo, para que ese peatón se pare, se haga la foto y la suba a su Instagram. Así el anuncio se expande a un público potencial que, quizá, jamás pase por esa calle, pero lo ve en la viralidad de las redes sociales. Y sin que parezca un anuncio.

La revolución la empezó la serie Perdidos, en la forma de consumo de ficción y, también, colocando un gran avión estampado en el desaparecido estanque de Atocha. Un lugar de gran tránsito en el que había que pararse a fotografiarse con la mítica aeronave de la serie. Después, siguió la estela Expediente X aterrizando un particular platillo volante en la madrileña Gran Vía. Y tantas otras.

Aunque ya no sólo la publicidad de un producto busca el selfie, las propias ciudades han ido interiorizando que necesitan espacios para que los turistas se fotografíen y visibilicen la belleza del lugar. Empezaron ciudades turísticas como Marbella, con su arco de entrada, que imitaba, a su manera, al gran letrero de Hollywood. Era simplemente una forma de dar la bienvenida. Sin embargo, ahora, los carteles con los nombres de las ciudades han tomado las plazas principales.

Son los nuevos monumentos, ideados para la foto. Cada ciudad ya tiene su denominación puesta en relieve y lista para que la gente pose junto a sus letras. O hasta dentro del propio cartel. Porque para el éxito de este tipo de monolitos es crucial que sean transitables por las personas. De esta manera, dan más juego en las fotos y en los vídeos. De nada sirve que el nombre se vea lejano. Hay que poderlo abrazar. Y la fórmula va creciendo, cada capital, villa o pueblo quiere su centro para fotografiarse y se van buscando otros diseños más creativos que no se queden en simplemente plantar cómo se llama la ciudad: que si unas gafas gigantes, que si un banco para sentarse, pero de cuatro metros de altura. Cada lugar, intenta encontrar su icono.

Son las nuevas postales. Y las protagoniza el propio turista. Ya que es el propio visitante el que se tira cientos de fotos, los ayuntamientos discurren una localización lista para posar y que, de paso, venda bien su población. Cuanto más original, mejor. Porque carteles con el nombre de la ciudad hay muchos, estatuas que otorguen identidad a través de la creatividad pensada para la experiencia del selfie no tantas.


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Tomarse el Twitter por su mano

Grupo M | 16 julio, 2022

Para crecer hay que escuchar mucho a los que piensan distinto. Salir. Encontrarse. Incluso romper burbujas. En el aprendizaje vital, siempre ayuda el ejercicio de intentar entender hasta las motivaciones de aquello que no comprendes.

Pero entenderse no es tan rentable como enfrentarse. La sociedad atrincherada es más manipulable. Y las redes sociales se han convertido en el escenario perfecto para la teatralización del linchamiento colectivo.

Algunos líderes políticos y otros ‘influencers’ sociales azuzan a sus seguidores. Se han percatado de que los matices de la verdad parece que ya no importan, lo que vende es la conspiración y la ofensa. Y, mientras nos sentimos informados, en realidad estamos retuiteando como autómatas un nuevo show business, en donde la especulación se confunde con libertad. Una espiral en la que cada burrada da más followers, más likes, más notoriedad pública. No te conocerán por la valía de la responsabilidad, en el ruedo público se destaca más rápido y más fuerte por la habilidad para la demagogia.

Adictos al ‘zasca’, es curioso como los que más machacan con el estado de salud de la prensa y la pluralidad de la televisión son, a la vez, aquellos que sólo quieren medios de comunicación monolíticos. Personas dando la razón a sus propios pensamientos. ¿Y el resto? Pues se les coloca en la diana del insulto cuando no siguen sus cánones o, simplemente, discrepan. Hasta se crean listas negras con aquellos que hay que derribar e incluso con los que pasan por su lado. Se señala públicamente para que los más fieles seguidores linchen a golpe de tuit. Y lo hagan pensando fervientemente que eso es ejercer y luchar por la libertad. Con bien de hashtags, emoticonos y algún que otro meme.

Los gritos siempre suenan más que los argumentos. No es nada nuevo. En redes sociales el ruido también gana, por supuesto. Y encima con un daño colateral extra: detrás de las pantallas, no nos vemos las caras, la empatía salta por los aires y, como consecuencia, sale un violento odio que no entiende ni de mínimas normas de educación. Da igual, la verdad y sus matices no sirven de nada si ya nos hemos reconvertido en meros espectadores creyentes. Parapetados, todo lo que nos vamos a perder. Todo lo que ya nos estamos perdiendo por conformarnos los medios, los políticos y parte de la sociedad con tomar el pulso a la actualidad a través de un espejo resquebrajado de la realidad llamado Twitter.


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De dónde nace el odio a las notas de voz

Grupo M | 30 junio, 2022

Las notas de voz tienen mala prensa. ¿Por qué? Quizá porque nos obligan a dedicar tiempo al otro. Incluso parece que molesta que nos pidan pararnos a escuchar. No estamos para esas.

Las nuevas dinámicas de consumo audiovisual nos han convertido en más impacientes que nunca, las redes sociales insisten en resumir la realidad en 280 caracteres. Pero así la realidad queda coja. La prisa de escritura y lectura hace saltar los matices por los aires. Perfecto para que la indignación se expanda y la empatía se desvanezca.

Entre tanto ruido, fanfarroneamos de rechazar notas de voz. Egoístamente, claro. Tal vez estemos picando el anzuelo de un individualismo que cree no necesitar escuchar a los demás. Para qué. Sentimos que tenemos más voz que nunca, nos creemos estar atendidos por el resto del mundo a través de nuestras cuentas de Twitter, Instagram o lo que sea. Aunque, al final, la mayor parte del tiempo sólo estemos escuchándonos a nosotros mismos.

«Benditas notas de voz, que son como cuadros impresionistas porque tienen sus tracitos más gruesos y más finos«, me dice Màxim Huerta en un intercambio de notas de voz en forma de abrazos. Recibir un audio de un amigo, familiar o conocido es como encontrarse con todos los rincones y texturas de la argumentación. El tono, la pausa, el requiebro en busca de la palabra correcta…

La nota de voz convierte al intercambio de ideas en más próximo y menos furioso. La nota de voz nos hace conectar, entendernos. Saber que estás ahí, aunque estés lejos. Pero, paradójicamente, el uso del teléfono móvil ya funciona principalmente al galope visual. Y el audio no se puede leer a golpe de vista. Por eso mismo, los malentendidos o los propios bulos se expanden con tanta sencillez en la sociedad actual: el usuario consume impactos visuales a tal velocidad que es fácil ofenderse más que comprenderse. Porque el diálogo no suena igual con la verdad de las entonaciones que con la frialdad de las abreviaturas. Ni siquiera con la ayuda del emoticón de llorar de risa que todo lo pretende relajar. Aunque en la vida real nadie se ría como ese dibujo.

Quizá no siempre haya tiempo para llamarse. Nos queda esa buena educación del temor a interrumpir o molestar. Sin embargo, los recovecos sonoros de la nota de voz, que se puede escuchar cuando el receptor quiera, son un salvavidas para entendernos. Si quisiéramos tener tiempo para entendernos, claro.


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El pesado de LinkedIn

Grupo M | 21 mayo, 2022
Costumbrismo Digital por Juan Luis Saldaña

Esta red es especial. Esta no es una red social para que vayáis poniendo cualquier cosa. Debéis tener cuidado. Debéis planificar una estrategia de curación de contenidos. Tomad ejemplo de mí. Seguidme, os guiaré hacia la luz. Transitaremos el camino de la verdad. Soy el pesado de LinkedIN, trabajador infatigable por amor al arte, censor de actitudes, vigía de las palabras técnicas. Amadme.

Señalaré comportamientos que me disgustan. No soporto a esa gente que me manda propuestas sin saber bien quién soy. No soporto a los que piden dinero para su proyecto empresarial con un miserable archivo informático. No soporto los envíos masivos. No soporto a casi nadie porque eso es lo que pasa cuando tienes la verdad absoluta.

«Soy una marca y también una persona»

Alguna vez me han dicho que para entender lo que pone en mi perfil hace falta un diccionario avanzado de inglés empresarial. Es el signo de los tiempos, ya no vamos a discutir, si no os gusta, no entréis. Utilizo palabras técnicas en inglés porque son más precisas, más rápidas, más técnicas. Son conceptos que no tienen una traducción demasiado clara en otras lenguas. La vida es así.

Vivo en LinkedIn muy a gusto, donde no truena ni llueve. Es un mundo paralelo, un metaverso de profesionales que intercambian información y, de vez en cuando, alguna leve discusión cordial. Es mi jardín y por eso velo por él. Lo protejo de contenidos inapropiados. Si alguien habla de asuntos personales, de política o de religión, si a alguien se le ocurre sacar algún asunto de actualidad, intervengo porque es mi deber.

¿Por qué paso tanto tiempo en esta red si ya tengo trabajo? Le dedico tiempo para conseguir, entre otras cosas, mejorar mi marca personal. No soy un atleta, ni nada parecido. Soy una marca y también una persona. Así como cuido de la persona con ejercicio, dieta y buenos hábitos, cuido también de mi marca. Si te ha gustado, comparte, pero no me hagas perder el tiempo.



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