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Sara Sálamo: detrás de su «activismo»

Grupo M | 7 septiembre, 2022

Sara Sálamo es actriz, de larga experiencia en cine y televisión. Sin embargo, cuando se describe su profesión, junto a intérprete, se suele añadir que es la mujer del futbolista Isco y, también, que es activista. Como si tuviera tres trabajos: actriz, esposa y encima activista. A Isco jamás le pondrán que es pareja de Sálamo cuando se relata su trabajo, pero a Sara sí. Aunque ella alcanzara la popularidad mediática antes que su pareja. El mundo del fútbol sigue estancado ahí, donde las mujeres son tratadas de estético satélite de novios y maridos. A veces, incluso se las acusa de los fracasos en el campo de sus parejas. Es el machismo intrínseco del que venimos.

Pero Sara, además, es etiquetada como ‘activista’. ¿Ejerce algún cargo en alguna organización? No, simplemente se le atribuye porque reivindica sus preocupaciones sociales en público. Intenta cambiar el mundo verbalizando sus ideales como una usuaria más de las redes. Pero no es una más: tiene un trabajo público.

Su actitud sorprende, claro. ¿Por qué? Porque es poco habitual que una actriz joven como ella se implique tanto en su día a día. La naturalidad para compartir y denunciar de Sara Sálamo resalta el silencio habitual de una generación de intérpretes que triunfan en la era de Instagram, TikTok o Twitter. Gran parte prefieren guardar silencio. Quizá por temor a que verbalizar las injusticias pueda influir negativamente en sus carreras. Mejor usar las redes sociales como escaparate para venderse a uno mismo desde el posado que busca la hueca ensoñación de la fama. Esa vida aspiracional de viajes, alfombras rojas y sonrisas permanentes. A más likes, más posibilidad de que te contraten en un tiempo en el que la repercusión viral no siempre va unida al talento que atesoras por tu trabajo.

La omnipresente recreación de una felicidad de cartón piedra ha provocado que se haya interiorizado como «natural» que los actores hagan todo tipo de contorsionismos mirando a cámara en sus redes sociales, mientras que se considera como activistas a los que se permiten compartir sus preocupaciones entre foto y foto. No estamos acostumbrados. Aún existen listas negras según aquello que reivindiques en público. Difícil comprometerse en alguna causa, pues se pueden caer proyectos si un directivo siente que el artista pertenece a una malentendida trinchera. También los busca-polémicas pedirán una ejemplariedad tóxica en cada paso que dé la persona que se ha posicionado. Y se lanzarán al linchamiento a golpe de hashtag. La propia Sálamo lo sufre cada mes. Este verano, se destacaron unas fotos suyas en aviones y barcos como incompatibles del discurso ecologista. Se mezcla todo sin matices, sin contextos, sin posibilidad de errores cuando todos somos seres contradictorios. La abreviatura de las redes sociales nos va haciendo olvidar que todo depende de sus circunstancias.

Con estas arenas movedizas, es lógico que haya actores que constantemente se autocensuren en las redes sociales. Y sálvese quien pueda. Entre tanto, ahí está Sara. Trabajo no le falta, pero tampoco compromiso. Lo fácil sería mirar para otro lado. Pero, ante cualquier ideal, más vale intentarlo que conformarse. Siempre. Aunque sea difícil. No está dispuesta a ser enviada a ese machista ostracismo del ‘calladita estás más guapa’. No es una influencer que cree necesitar caer bien al mundo entero, es una actriz que recuerda que desde las posiciones de privilegio mediático y viral se puede visibilizar las realidades que todos no ven porque no todos las sufren. Así también se cambia (a mejor) la sociedad: generando debate. Incluso entre aquellos que no están dispuestos a debatir y, paradójicamente, terminan gastando mucho tiempo de su vida en intentar desacreditar.



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